Origen y Evolución del Toreo

Num. 3 Origen de la Fiesta de Toros (1)

Strábon –o Estrabón en castellano-, geógrafo e historiador griego, nacido el año 63 a. C., falleció el 19 de nuestra Era, en su “Geographiká” podemos espigar algunas noticias relacionadas con los toros –muy sucintas, en verdad- en el texto sobre Iberia, donde no estuvo jamás, pero que sobre ella tomó noticias de autores que le precedieron y que sí visitaron nuestra Península, como Polibio, Artemidoro y Poseidonio. Lo primero que Estrabón advierte es el parecido de España con “una piel de toro” tendida en el sentido de su anchura del Setentrión al Mediodía…”Y España está en Europa, la hija de Agenor, a quien Zeus raptó –según la leyenda griega- adoptando la forma de un toro.

Respecto a la Turdetania, Tartessós o las marismas del Guadalquivir, escribe: “… la navegación en los ríos es extremadamente peligros… En los esteros es el reflujo peligroso; en efecto, de modo análogo estos peligros aumentan en las pleamares, pues con la velocidad del agua ascendente, a menudo los navíos se quedan en seco. Ocurre también con los animales que pasan a las islas del río antes de la pleamar, sorprendidos por ésta, ya al subir, ya al bajar, suelen perecer por la falta de fuerza para luchas contra la corriente al intentar el regreso. Dicen que los toros, acostumbrados al hecho, esperan que se termine el reflujo para volverse entonces a tierra firme.”

“Parece ser que en tiempos anteriores llamóse al Betis Tartessós, y a Gadeira (Cádiz) y sus islas vecinas Erytheia. Así se explica que Stesíchoros, hablando del pastor Geryones, dijese que había nacido casi enfrente de la ilustre Erytheia, junto a las fuentes inmensas de Tartessós, de raíces argénteas, en un escondrijo de la peña.” El mito de Gerión o Geriones, rey de Tarttessós, de fondo histórico, simboliza el pastor de bueyes –o de toros-; alusión a la riqueza ganadera del valle del Guadalquivir, donde todavía se siguen criando selectos toros de lidia…

Pero lo verdaderamente relevante de los comentarios de Estrabón es cuando se refiere a la vestimenta y el carácter de los iberos: Los hombres de la Bastetania o iberos “van vestidos de negro, llevando los más el “ságos”, con el cual duermen en sus lechos de paja”. Este ságos –saco- es el que los romanos llamaron sagum, por ellos muy apreciados, pues se trataba de una prenda de vestir utilísima, a modo de manto, de lana, antecedente de la capa española –con la que se toreaba- y de la que se deriva la capa de torear…

En cuanto al carácter, tiene un fondo mitológico basado en la leyenda o fábula de los Geriones que se detalla en el décimo trabajo de Hércules, que se refiere al robo por éste de los toros de Gerión, al que se le atribuían tres cabezas, tal vez correspondientes a las tres más importantes cañadas, después llamadas “reales”, por donde se efectuaba la trashumancia, con sus triples cabeceras o sierra en lo que hoy se llama Avila, Segovia y León, en cuyas vías pecuarias, grupos de bandoleros robaban los hatos y rebaños de ovejas. Es cuando Estrabón dice:Entre los íberos hay varios grados de orgullo, a los que se unía un carácter versátil y complejo. Llevaban una vida de continuas alarmas y asalto, arriesgándose en golpes de mano, pero no en grandes empresas, y ello por carecer de impulso para aumentar sus fuerzas uniéndose en una confederación potente…”Como se puede apreciar, sólo un pueblo con tales toros y caballos y un genio como el que describe Estrabón respecto a sus naturales podía ser capaz de crear juegos tan arriesgados como los del toreo…

Acerca de los toros en la antigüedad de España, Moratín nos cuenta: “La ferocidad de los toros que cría España en sus abundantes dehesas y salitrosos pastos, tanto como el valor de los españoles, son dos cosas tan notorias desde la más remota antigüedad, que el que las quisiera negar acredita su envidia o su ignorancia, y yo no me cansaré de satisfacerle; sólo pasaré a decir que habiendo en este terreno la previa disposición en hombres y brutos para semejantes contiendas, es muy natural que desde tiempos antiquísimos se haya ejercitado esta destreza, ya para evitar el peligro, ya para ostentar el valor, o ya para buscar el sustento con la sabrosa carne de tan grandes reses, a las cuales perseguirían en los primeros siglos a pie y a caballo en batidas y cacerías.”

Desde el inicio del siglo XVII los madrileños aprovechaban cualquier ocasión para correr toros, mas bien en principio para que los nobles y caballeros los alancearan y rejonearan, al tiempo que algunos chulos comenzaron a lidiarlos a pie, en la Plaza Mayor.

Casi en igual sentido que Moratín, se pronuncia Nicolás Díaz de Benjumea, en su libro Costumbres del Universo, T. 1., cap. V, publicado en Barcelona en 1864: “Que la braveza de los toros en nuestro suelo había de dar margen a que los hombres estudiasen su particular condición en el ataque y en la defensa y tuviesen a gala vencer la furia y la fuerza con la maña y la astucia, es cosa tan natural y está tan en lo humano que no hay motivo para admirarse del espectáculo de la lidia como se hacía en los antiguo y con las modificaciones con que hoy se ejecuta.”

El escritor taurino Basilio Sebastián Castellano, en su libro multicitado, ya tenía cuando lo escribió en 1847 una idea al parecer muy clara del origen de las fiestas de toros, resultando interesante transcribir lo expuesto por él: “El toro fue tenido en todos tiempos por uno de los animales más útiles al hombre, razón por la que fue venerado en muchos pueblos antiguos como un dios, particularmente en Egipto, en que se denominó al toro sagrado Apis. D´Aucarvilole, en el capítulo 3º, página 137 del tomo 1º de su obre sobre el origen y progreso del arte griego, dice: Que el emblema del toro empleado antiguamente por los árabes bajo el nombre de Urotalt y de Adonaus y por los israelitas bajo el de Adonai, lo fue también por los persas bajo la dominación de Mitras o del Señor. Los griegos le dieron el nombre de Dionysino o de Baches y los egipcios el de Mnevis y de Apis. Se ignora, en cambio, cómo le llamaron los cimbrios (2) que del Asia le condujeron al Norte de Alemania, y de allí a Italia. Este emblema existe aún en el Japón, en la India y en la Tartaria, y se halla, en fin, en la China en el templo de Ma-Kala-tyen, cuyo nombre significa el Palacio del Buey-cornudo.”

Los pueblos de la antigua Galia tuvieron al toro por el dios de las selvas, y en sus templos, un ídolo de estaño –el becerro que adoraron los israelitas fue de oro-, o de bronce que le representa, era el objeto de sus adoraciones, siendo el juramento más solemne el que se hacía por él. Dice Plutarco de Queronea, historiador griego (46-120 d. C.), que en tiempo del consulado de Mario, un ejército considerable, compuesto de ambrones –tribu descendiente de los antiguos cimbrios-, teutones y cimbrios, después de pasar el ADILE para sitiar a Roma, propusieron capitulación a los romanos que habían defendido el fuerte, jurando por su toro de bronce, observar las condiciones del tratado. Añade el historiador que después de su derrota, el cónsul Cátulo hizo llevar a su casa este toro, como un glorioso despojo y como el más precioso monumento de su victoria. Asegura Gregorio de Tours, que adoraron al toro los galos, tal como los israelitas y cuatro mil años después los celtas, ya que Servir en sus monumentos célticos, se halló una cabeza de toro en oro, imagen que llevaban los celtas en sus enseñas militares. Baudelot dice que el toro es tal vez una alegoría de la paz de que gozaban los pueblos bajo la dominación romana.

Por esta razón y porqué en él se explicaban muchas cosas de utilidad y del culto gentilicio que le colocó hasta en el cielo como una de las principales constelaciones, se le dedicaron multitud de versos, de medallas griegas y romanas, como puede ver el curioso en la voz Toro del diccionario numismático de Gusseme, siendo España uno de los pueblos que más prodigaron este uso, como se advierte en las medallas de los municipios y las colonias romanas en este país y de que habla el padre Flórez en su obra así titulada y el haber dado su nombre en Castilla a una célebre ciudad que aún se conserva (3). Hasta tal punto, que algunos autores hacen la fiesta de toros de origen español, anterior a las venaciones romanas, a cuyo fin citan monumentos.
 


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