Origen y Enigma
XXVII - La cuarta casta fundacional andaluza - Vazqueña - I -
En esos ricos biotopos o ecosistemas naturales de las Marismas del Guadalquivir o del Guadalete, donde hay en las primeras y existieron en las segundas, desde las más pintorescas dunas en movimiento, pinares exuberantes, lagunas milenarias y mitológicas, hondonadas húmedas, parajes paradisíacos, matorrales mediterráneo, riadas anuales que cubren cientos de miles de hectáreas, cuyas aguas, rodeando islas (toruños), en los anidan incontables aves migratorias... donde hay bellos linces, venados, gamos y jabalíes, todo bañado por el mayor número de horas luz al año de toda Europa... y que tantas veces recorrió este autor con el inolvidable ganadero y montero don Carlos Melgarejo Osborne, al que se le sigue debiendo un sentido homenaje en su tierra sevillana...
En ese medio rico en sal -que da bravura, temperamento y vivacidad, por su estimulación sobre las glándulas hipofisiaria, la tiroidea y las gónadas; y, en general, sobre todas las glándulas endocrinas-, en esa región llena de luz natural -que otorga el sagrado Don de la alegría de vivir, esa que disfrutan todos los andaluces y que hierve en los sevillanos, bailando, cantando y palmeando las mágicas «sevillanas» todo el año, para hacer gigantesca explosión en la sin par Feria de Abril, y que se hace fervor poético y hasta religioso en los Carnavales de Cádiz-, con esos abundantes pastos -que dan nobleza y son al ánimo e la hora de embestir-, se han criado los más ancestrales vacunos bravos de España, los cuales, disfrutando de un clima benigno, acariciado por la brisa marina de su costa atlántica, y el sabor marisquero de sus pastos, bebiendo durante millones de años en el legendario Guadalquivir, compartiendo el medio con venados, gamos y jabalíes, terminaron por desarrollar esas virtudes anímicas y fueron la sabia noble y brava, la alegría y la vivacidad que sus sementales sembraron por todas las ganaderías de España.
Ese medio le dio también a los toros andaluces, una anatomía armónica, extremidades finas -como las de todos los rumiantes silvestres-, visión de horizontes lejanos, compañerismo solidario para compartir sin interferencias las diversos pastos marismeños, para convivir palmo a palmo con sus ancestrales hermanos los venados, los gamos, a jugar sus crías, que además, corretean a los jóvenes jabalíes, y todos conforman una gran familia animal, respetándose unos a otros, en una perfecta armonía... para ejemplo de la especie humana. El transcurrir de milenios terminó moldeando a los andaluces, su flora y su fauna en ese paraíso que es Andalucía, donde está la gracia, la espiritualidad de un pueblo, y la luz de España. Después de lo señalado, que nadie se extrañe de que los toros andaluces impusieran sus «virtudes» en todas las ganaderías de España, y menos aún de que esos toros y vacas que recibieron la bendición de los dioses, llegasen al Estado de Zacatecas, hagan suyo el temperamento «argentífero» que emana misterioso del subsuelo zacatecano, para hacerse aún más nobles y bravos, bajo el amor y el celo de los ganaderos, que profundizaron, como lo hicieron los hermanos Antonio y Julián Llaguno, en el misterioso arcano de la bravura, que dosificaron como si fuera el más preciado perfume del Olimpo.
Y hemos podido señalar todo lo anterior, por la feliz y doble circunstancia de haber sido dos años Becario Investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, del Ministerio de Educación, en España, habiendo estudiado el citado gigantesco ecosistema marismeño, en cuanto a la rica fauna allí existente. Primero, acompañado de ese gran sevillano, tan bravo y noble -también generoso- como los toros que criaba, don Carlos Melgarejo Osborne, en imborrable recuerdo; después con el insigne biólogo don Javier Castroviejo... y la otra «feliz circunstancia», el vivir en el sin par Estado mexicano de Zacatecas y, concretamente, en su colonial y bella capital: Zacatecas...
Pues, bien, al borde de esa región, Antesala del Paraíso, nació la famosa “Casta Vazqueña”, modelo por excelencia de una casta fundacional, que en pocos decenios, fue la madre paridora de decenas de ganaderías comerciales. Tuvo tal proyección que, a mediados del siglo XX, era todavía floreciente. Sus genes se conservaban al menos en una veintena de vacadas, muchas de las cuales contaban con el respaldo de aficionados y toreros. Entre ellas, las de Prieto de la Cal y Concha y Sierra eran las más afamadas y habían logrado un deseado punto de equilibrio en bravura y nobleza que las mantuvo muchos años en primera línea.
Las pintas de los vazqueños y de todos sus descendientes es muy variada, y así se siguen viendo toros sardos -se le decía antiguamente arrosolado, salinero o sardo, a que tiene los lomos tan claros y brillantes que se aproximan al color de la rosa: «El toro quinto, salinero, arrosolado, tan fino de piel que se la transparentaba la carne.» Manuel Serrano García-Vao (Dulzuras). A B C de Madrid, 1908-, berrendos en colorado y jaboneros, que recuerdan a las reses de Cabrera; negros, cárdenos y colorados -antiguamente se les llamaba bayos a los toros colorados, utilizando la designación hípica: «Bayo, el color encendido y los ojos como brasas; arrugados frente y cuello, la frente vellosa y ancha.» (Anónimo. Flor de varios romances nuevos, 1595)-, como los de Vistahermosa, y berrendo en todos los pelos, como las de la Casa Ulloa. El escritor taurino don José Sánchez Gómez (El Timbalero), al referirse en su obra Los toros de mi tierra, a la casta vazqueña, reses procedentes de la antigua ganadería de don Vicente José Vázquez. Ejemplo. «Estos toros proceden de la ganadería última que tuvo don Jacinto Trespalacios, cuyas reses eran todas de la casta pura de Veragua y, por lo tanto, de sangre vazqueña.»