Origen y Evolución del Toreo
Num. 32 Origen de la Fiesta de los Toros - Cronología Historica en España (Siglo XVII (1605)
1605:
La documentación municipal gaditana del siglo XVII ya evidencia una rápida recuperación de la ciudad en cuanto a sus usos y costumbres, incluida la organización de Fiestas de Toros y Cañas. Diversas Fiestas Reales se celebraron, con toda o parte de la pompa habitual, en la plaza de la Corredera delante de las casas capitulares y con todos los gastos pagados por el Cabildo (libreas, meriendas, caballos, tablados…). El año 1605 llegó al Cabildo Municipal de Cádiz una carta de S. M. el Rey informando a la ciudad del feliz alumbramiento de la Reina, el Viernes Santos, en Valladolid (**). Ha nacido el Príncipe de Asturias, futuro Felipe IV. El Cabildo acordó que la noche de aquel día se hagan grandes demostraciones de alegría saliendo las compañías de soldados con sus banderas, mientras se colocaban lumbres y luminarias en todas las ventanas y calles de Cádiz, acordando también que se realizaran Fiestas Reales de Toros y Cañas” …con libreas, que habrían de ser de damasco de Granada o Sevilla.” Se piden a Jerez los caballos reales. Se nombraron a los caballeros que jugarán las cañas y se les da doscientos reales de vellón a cada uno para su equipamiento.
La ciudad de Valladolid estuvo muy relacionada con Alfonso VI. En esta ciudad, antes de la participación del monarca, sucedieron una gran cantidad de hechos, por ejemplo, el año 1453 y en la reducida plaza del Ochavo, fue decapitado el famoso condestable don Álvaro de Luna. El origen de esta ciudad es bastante obscuro; su nombre deriva probablemente del árabe "Belad-Ulid"; en el siglo XI, el rey de Castilla, Alfonso VI, la entregó para su gobierno al conde de Ansurez, a título de feudo, y éste la hizo capital de sus Estados. Los reyes castellanos y leoneses le concedieron multitud de privilegios y franquicias, gracias a las cuales la ciudad fue creciendo. Juan II de Castilla fijó en ella su residencia largas temporadas, durante las cuales se celebraron fiestas literarias, juegos y torneos, convirtiéndola en el centro cultural de Castilla. Los Reyes Católicos se desposaron en ella; tomó parte en la Guerra de las "Comunidades" por el partido del pueblo, por lo que, vencidas aquéllas, fue desposeída de muchos de sus privilegios por Carlos V; en 1527 nació en ella Felipe II, el cual asestó un duro golpe a su ciudad natal al trasladar la capitalidad y Corte a Madrid, pero del cual se repuso al trasladarlas nuevamente a su sede primitiva su hijo Felipe III, que residió en ella desde 1600 al 1606, decayendo luego cuando Felipe IV escogió a Madrid definitivamente como capital de sus Estados.
Desde el siglo XVII las noticias que se tienen del Urus (el uro o aurochs) (1), toro silvestre de Alemania, son sumamente inseguras, a consecuencia de que, en muchos casos, se le confundía con el bisonte; en la actualidad la especie está completamente extinguida. Se trataba sin duda de un animal muy fiero e irascible, y veloz en la carrera; entre los antiguos germanos su caza era considerada como la más honrosa, por los peligros que la acompañaban. Sabemos que a lo largo de la Edad Media se comía su carne… En los parques reales se tenía entonces el aurochs en cautividad, y se le cruzaba con vacas domésticas, si bien parece, lógicamente así debió ser, los híbridos no eran tolerados por los aurochs puros en sus hatos. Las hembras híbridas, procedentes de dichos cruces, eran fecundadas, pero por lo general, sólo daban a luz terneros muertos. Sin embargo, parece indudable que algunas razas de los actuales bueyes domésticos descienden del aurochs, tales son, por ejemplo, las razas de cuernos largos y gruesos (2) que se encuentran en el sur de Rusia, Hungría, Estiria, etc, y algunas otras.
(1) Tanto el nombre de “taurus”, como el de “Bos” (buey), proceden del griego, así como el de “Urus” (apo ton orén), es decir, de los montes.
(2) Tenían según parece tan desarrollado los cuernos que se hacían con ellos, para las mesas regias, gerulas, o sea, recipientes para vino.
Para Luis Pericot existe la posibilidad de que en nuestra Península, como tierra de paso entre uno y otro Continente (“caravan sereil”) atrajera al toro del Norte y del Sur, sobre todo pensando que en estrecho de Gibraltar estaba ya abierto a fines del Terciario en que antes pudieron suceder tales migraciones, época en que predominaron los mamíferos y grandes carnívoros sobre los demás órdenes de animales. Las sucesivas variaciones climáticas del Cuaternario acabaron por establecer las diferencias, con las que ya aparecen en las diversas pinturas rupestres. Ciervos, caballos, cabras y los ancestros de nuestros toros de lidia se alimentaron de los mismos pastos, como ha sido descubierto en el estudio de los restos de alimentos vegetales encontrados a la entrada de las cuevas.
Según Uriarte, “fue en los terrenos cuaternarios donde aparecieron los restos fósiles de cabras, rebecos y bisontes, de uro o forma primitiva del toro de nuestros dìas. Ese uro o toro salvaje del período neolítico, que algunos países subsistió a lo largo del siglo XVII, es el que se considera como el único ascendiente de todas las razas actuales de toros; las demás especies del género Bos no pasarían de ser raza o subespecies de la forma ancestral del Bos taurus primigenius.”
Por lo que a las reses bravas respecta, la necesidad de cazarlos o alancearlas para alimentarse con su carne y con la leche de las hembras, usar sus pieles y servirse de su fuerza como elementos de trabajo, nos puso en el obligado camino de lidiar con ellas; y, como dice López Izquierdo, “al adquirir la caza caracteres de combate, la bravura y la nobleza –particularmente considero que aquellos primitivos uros no tenían nobleza alguna, ya que esta ha sido consecuencia de una prolongada selección y, por otro lado, más que bravos eran extraordinariamente agresivos, por lo que consideramos hoy como “bravura”, es también fruto de una depurada selección, siendo el toro bravo y noble de hoy un animal más bien de laboratorio- de tan incomparable animal como es el toro, su ciega acometividad para la pronta embestida y su falta de malicia y astucia para dejarse engañar, debió ser lo que sugirió al hombre la idea de sortearlo de algún modo, lo que a la par le fue enseñando a defenderse así de él hasta dominarlo y vencerlo…”
Hace dos mil años Julio Cèsar describió así al uro: “La tercera raza (que hay en la selva Hercinia, Germania, a orillas del Danubio) es de los que llaman uros, los cuales vienen a ser algo menores que los elefantes: la catadura, el pelaje, la figuras, de toros. Es grande su bravura y ligereza. Sea hombre o bestia, en avistando el bulto, se tirana él. Mátanlos cogiéndole en hoyos con trampas. En México se alanceaban los mamuts cuando estaban con sus patas sumergidas en las hoyas pantanosas existentes alrededor de la “Gran Laguna”. Con tal afán se divierten los jóvenes, siendo este género de caza su principal ejercicio; los que hubiesen muerto más de éstos, presentando por prueba los cuernos al pueblo, recibían grandes aplausos. Pero no es posible domesticarlos ni amansarlos, aunque los cacen de chiquitos. Su tamaño, figura y encaje de sus cuernos se diferencia mucho de los de nuestros bueyes.”
“El toro primigenio, o uro –escribió Ortega y Gasset-, desapareció como especie viva durante la baja Edad Media. Sin embargo, a comienzos del siglo XV perdura en los bosques de Lituania lindantes con Prusia.” “Dos siglos después, según el doctor Otto Antonius –quedaban aún unos cuantos individuos supervivientes en Polonia, a saber: en el gran bosque llamado Jaktorowka, a cincuenta y cinco kilómetros por el sudoeste de Varsovia. Este bosque fue el último refugio del uro… En 1564 vivían en dicho bosque 38 uros, de ellos, ocho machos adultos y tres jóvenes; 22 vacas y cinco terneras. En 1599 había descendido su número a 24 animales; y en 1604, a cuatro. En 1620 no quedaba más que una vaca, la cual probablemente fue el último ejemplar de su especie, que sucumbió en 1627.
Y proseguía Ortega y Gasset: “Es inconcebible que siendo tan reciente la desaparición completa –según Antonius- de este animal no constase en la conciencia pública y en los hombres de ciencia europeos cuál era su figura y tuviera que seguir la imaginación elaborando sus fantasmagorías. La cosa es aún más extraña si se advierte que Segismundo, barón de Hervestein (1486-1566), embajador de Carlos V y de su hermano Fernando, había descrito bastante bien al animal en su libro Rarum moscovitarum comentarii, e incluso publicaba grabados representándolos. Los grabados son toscos y tal vez sólo un español que los vea pueda reconocer bien lo que quieren figurar.
Así andaba el asunto, cuando a comienzos del siglo XIX el zoólogo inglés H. Smith encontró en un anticuario de Augsburgo cierto cuadro que representaba un bovino de fina y grande cornamenta. En una esquina del cuadro se leía la palabra “Tour”, que es el nombre polaco del uro. La comparación de esta figura con los restos óseos del animal se conservaban como resultado completa coincidencia. Sin embargo fue preciso esperar el estudio de M. Hilzheimer sobre el aspecto del uro para que quedase plenamente establecido que el cuadrito de Augsburgo era el retrato de uno de los últimos ejemplares, tal vez del postrer superviviente de toro primero o primigenio.
Sobre el enigma del referido cuadro, hay un pasaje de una carta de Leibniz en la que nadie ha reparado. Escribiendo en 18-10-1712 a su corresponsal Th. Burnett, de quien recibe y a quien envía noticias sobre los nuevos libros, dice: “No he visto aún la nueva ediciòn de Julio César, pero soy yo quien envío a los editores el retrato del urus, porque interesé al rey de Prusia en que los hiciese hacer del natural sobre el que tiene en Berlín. El urus, del que Julio César habla, no es un oso, sino una especie de toro de un tamaño y una fuerza extraordinarios; en alemán se le llama aurochs.”
Para el matador Domingo López Ortega, amigo del Ortega y Gasset, éste escribió un Añejo titulado: “Enviando a Domingo Ortega el retrato del primer toro”, que figura, cerrando marcha, en el librillo del Ortega borojedo (de Borox) titulado “El arte del toreo.” En este ensayo trata de justificar Ortega que el retrato de un bóvido hallado por Halminton Smith en ujna tienda de Augsburgo, y reproducido en 1827, es la “instantánea”, la auténtica figura del precursor del actual toro de lidia.