Gacetilla Taurina
Gacetilla nº 119 - La memorización en las reses bravas (I)
Las palomas son capaces de memorizar el contenido de 300 fotografías, llegó a mi mente el recuerdo de haber escrito hace más de cuarenta años unas notas de campo -¡y las encontré!-, en las que relacionaba haber realizado toda una serie de cambios en el entorno que diariamente recorrían Animales de la fauna silvestre; consistente, por ejemplo, en una de las veredas por la que necesariamente tenían que pasar venados y Jabalíes, para llegar a los bebederos todas las tardes, cortar unas ramas de arbustos, dejándolas cruzadas en sus veredas, abrir pequeñas zanjas, colocar latas vacías, etc., por donde habitualmente pasan los animales, y, sentado en los troncos más altos y gruesos de un corpulento alcornoque, o de una encina, observar qué reacciones hacían los animales al observar aquellos «cambios» en sus recorridos.
Si en sus experimentos, el psicólogo Richard Herrnestein, de la Universidad de Havard (Estados Unidos), demostró que las palomas pueden clasificar la fotografías, separando aquellas que corresponden a un roble o a un pino, de las personas, y diferenciar estas últimas, según su edad, sexo o raza, los animales silvestres pueden memorizar con increíbles detalles todos los caminos que recorren habitualmente y con lo señalado anteriormente, se dan perfectamente cuenta del más mínimo cambio que se haya efectuado a lo largo de sus rutas naturales.
En cuanto observan unas ramas cortadas, unas zanjas o incluso unas latas o un trozo de tela colocado en su camino, se detienen para observar que allí hay algo que no estaba el día anterior y a veces, si el cambio realizado en su entorno es considerable, se vuelven y se acercan al bebedero, por otro camino.
La mayoría de las veces los animales se limitan a observar, tratando de descifrar los citados cambios, sin hacer ningún gesto; otras veces, suben y bajan la cabeza, como preguntándose qué será aquello y otros sienten un verdadero temor, convencidos de que en eos cambios tiene mucho que ver la mano del hombre; de ahí su natural desconfianza. Ello es tanto como decir que los animales llevan grabadas en su cerebro un mapa cargado de imágenes. En cambio, los animales recentales, en nuestro caso los terneros, más los machos que las hembras, pues éstas son siempre más cautelosas que ellos.
Es tanto como decir que los terneros machos son más despreocupados, por no decir menos inteligentes ante el peligro que las hembras. Curiosamente, por muy extraño que pueda parecer, ese hecho lo saben perfectamente los coyotes viejos y con mucha experiencia. Cuando uno de éstos descubre a una ternera, ya sabe que difícilmente le provocará la curiosidad al verlo y permanecerá encamada y siempre dispuesta a llamar a su madre tan pronto presienta un peligro inminente. Pero si el coyote descubre que es un ternero macho, cosa que conoce aún antes de que logre despertar en él la curiosidad y se levante del encame, tiene al astucia de moverse de forma que el ternero crea que quiere jugar con él. Es cuando el ternero se levanta y se va hacia el coyote, que nunca permite que se le acerca demasiado para no despertar en él la desconfianza de su fuerte olor. Es cuando el coyote pone en juego su extraordinaria experiencia para que, poco a poco, el ternero se vaya alejando de donde estaba encamado y a cientos de metros, se echará cansado, que será el momento en que se eche sobre él y le devore.
Veinte años después, entre 1981-86, en los bosques naturales de nopales del semi desierto de Zacatecas (México), y, concretamente, en el Municipio de Villa de Cos, volvimos a repetir la experiencia al principio señalada, ahora con el ganado de lidia. Fue sorprendente comprobar una y otra vez la extrañeza con la que los animales observaban, si en una de esas veredas angostas por las que circulaban todas las tardes, camino hacia los bebederos, les colocaba, por ejemplo, una prenda de vestir, echada sobre un nopal. La mayoría de ellos, era común que se espantaran y hasta corrieran a refugiarse entre los nopales.
Estudiando las reacciones en este tipo de ganado comprobamos que los terneros, una vez han permanecido un mes en un extenso cercado, ya reaccionan como los adultos. En ese plazo de tiempo, una res puede haber incorporado a su cerebro miles de imágenes y conocer perfectamente un área de más de 150 hectáreas, especialmente las hembras adultas, seguidas de los sementales, de siempre más torpes o confiados.
Si en sus experimentos, el psicólogo Richard Herrnestein, de la Universidad de Havard (Estados Unidos), demostró que las palomas pueden clasificar la fotografías, separando aquellas que corresponden a un roble o a un pino, de las personas, y diferenciar estas últimas, según su edad, sexo o raza, los animales silvestres pueden memorizar con increíbles detalles todos los caminos que recorren habitualmente y con lo señalado anteriormente, se dan perfectamente cuenta del más mínimo cambio que se haya efectuado a lo largo de sus rutas naturales.
En cuanto observan unas ramas cortadas, unas zanjas o incluso unas latas o un trozo de tela colocado en su camino, se detienen para observar que allí hay algo que no estaba el día anterior y a veces, si el cambio realizado en su entorno es considerable, se vuelven y se acercan al bebedero, por otro camino.
La mayoría de las veces los animales se limitan a observar, tratando de descifrar los citados cambios, sin hacer ningún gesto; otras veces, suben y bajan la cabeza, como preguntándose qué será aquello y otros sienten un verdadero temor, convencidos de que en eos cambios tiene mucho que ver la mano del hombre; de ahí su natural desconfianza. Ello es tanto como decir que los animales llevan grabadas en su cerebro un mapa cargado de imágenes. En cambio, los animales recentales, en nuestro caso los terneros, más los machos que las hembras, pues éstas son siempre más cautelosas que ellos.
Es tanto como decir que los terneros machos son más despreocupados, por no decir menos inteligentes ante el peligro que las hembras. Curiosamente, por muy extraño que pueda parecer, ese hecho lo saben perfectamente los coyotes viejos y con mucha experiencia. Cuando uno de éstos descubre a una ternera, ya sabe que difícilmente le provocará la curiosidad al verlo y permanecerá encamada y siempre dispuesta a llamar a su madre tan pronto presienta un peligro inminente. Pero si el coyote descubre que es un ternero macho, cosa que conoce aún antes de que logre despertar en él la curiosidad y se levante del encame, tiene al astucia de moverse de forma que el ternero crea que quiere jugar con él. Es cuando el ternero se levanta y se va hacia el coyote, que nunca permite que se le acerca demasiado para no despertar en él la desconfianza de su fuerte olor. Es cuando el coyote pone en juego su extraordinaria experiencia para que, poco a poco, el ternero se vaya alejando de donde estaba encamado y a cientos de metros, se echará cansado, que será el momento en que se eche sobre él y le devore.
Veinte años después, entre 1981-86, en los bosques naturales de nopales del semi desierto de Zacatecas (México), y, concretamente, en el Municipio de Villa de Cos, volvimos a repetir la experiencia al principio señalada, ahora con el ganado de lidia. Fue sorprendente comprobar una y otra vez la extrañeza con la que los animales observaban, si en una de esas veredas angostas por las que circulaban todas las tardes, camino hacia los bebederos, les colocaba, por ejemplo, una prenda de vestir, echada sobre un nopal. La mayoría de ellos, era común que se espantaran y hasta corrieran a refugiarse entre los nopales.
Estudiando las reacciones en este tipo de ganado comprobamos que los terneros, una vez han permanecido un mes en un extenso cercado, ya reaccionan como los adultos. En ese plazo de tiempo, una res puede haber incorporado a su cerebro miles de imágenes y conocer perfectamente un área de más de 150 hectáreas, especialmente las hembras adultas, seguidas de los sementales, de siempre más torpes o confiados.