Toros Notables
Entrega número 81 - (Capitán)
191.1 Capitán:
El (25-05-1758), el burel llamado Capitán, jijón de pinta y de casta, fue el primero que toreó en Madrid el día de su alternativa, el matador José Cándido, cediéndole Diego del Álamo (El Malagueño) el primer toro citado, que, por cierto, le atropelló al dar un pase, por lo que hubo de retirarse, aunque se ignora la importancia del percance. En la Real Maestranza de Caballería de Sevilla aparece su nombre en los carteles de 1762, 1764 y 1771.
Capitán, al parecer, es el primer astado con nombre que figura en la historia de la tauromaquia como lidiado. Sin embargo, del primer toro bautizado en la Fiesta Brava se llamó “Mahoma”, que fue alanceado por el emperador Carlos V en la ciudad de Valladolid. Sabemos que al comenzar el siglo era virrey del Perú el conde de la Monclava, y en el primer año de su mandato, en 1701, se festejó la proclamación de Felipe V como rey de España, con una corrida de toros, en la que, aparte del fausto con que se celebró el advenimiento del primer Borbón, nieto de Luis XIV, se introdujo una novedad en la fiesta brava: se le ofrece a los espectadores, por primera vez unos listines anunciadores del ganado que iba a lidiarse. Llevaba por título Razón individual de los toros que se han de lidiar en esta Plaza Mayor, en obsequio a la augusta proclamación de su Majestad Don Felipe V, Nuestro Señor. Los citados listines contenían los nombres, pelos y procedencia ganadera de cada uno de los toros que habían de lidiarse. Ofrecía una relación de ganaderías copiosa, pues fueron veintiséis los toros anunciados y cada uno perteneciente a distinta ganadería. Curiosísimos son los nombres con que se designaban las circunstancias de pelajes y señales de los astados. Ciertamente valdría la pena de que un devoto del idioma recogiera estos nombres, tan profundamente americanos, y aun peruanos, y formara un vocabulario histórico taurino que sería del mayor y más pintoresco interés.
192.2 Capitán:
Manuel Domínguez (Desperdicios), a la sazón famosísimo diestro, y José Carmona (El Panadero), alternaron en la Plaza de Toros de Saint-Spirit (Bayona, Francia), también el lunes día (22-09-1856), llevando en sus cuadrillas a los picadores José Muñoz, Pedro Romero (el Habanero), Juan Martín García (el Pelón), Antonio Calderón y José Barrera Trigo. De banderilleros nada se dice. Esta segunda jornada fue más notable. Las cuadrillas tuvieron el honor de ser recibidas en Villa Eugenia. El Emperador y la Emperatriz las acogieron con todo agrado. A los miembros de la cuadrilla de Manuel Domínguez les entregaron un alfiler con una esmeralda rodeada de diamantes destinado al espada, que guardaba aún cama por la herida. El Panadero recibió otro alfiler en el que figuraba un globo rodeado de dos serpientes en diamante. Cada uno de los restantes toreros fue gratificado con la cantidad de 1.000 reales. Y, muy amable la Emperatriz les presentó al Príncipe Imperial, que entró en la sala en brazos de su nodriza.
Los toros, también de don Nazario Carriquirri, fueron más bravos que los de la víspera; las cuadrillas tuvieron que esforzarse mucho para lidiarlos y la emoción llegó al máximo cuando el tercero de la tarde enganchó a Domínguez y le hirió en la parte superior del muslo. Veamos lo que escribió Gautier:
“Pasaremos a la ligera las proezas de Borracho y de Gavilán, que se comportaron bastante bien, para ocuparnos de Capitán, un toro tuerto, muy adusto y muy peligroso, que fue picado hasta diez veces, y que había conservado todo su vigor después de tanto castigo. Los toreros estaban en guardia, temiendo cualquier percance, y Domínguez había ya propinado a la terrible bestia una estocada a volapié, cuando en una rápida acometida le enganchó por la ingle, teniéndolo suspendido algunos segundos que parecieron siglos. Chulos y banderilleros se precipitaron sobre el animal, tirándole de la cola, cogiéndolo por el cuerno que había dejado libre, con el riesgo de ser también ensartados, y libraron así a su jefe de esta terrible situación. Una tremenda angustia oprimió todos los corazones, pero el hombre, a quien se creía muerto, se levantó con un movimiento de soberbia valentía, volvió a coger su espada y, en contra de la opinión de espectadores, que de todas partes le gritaban que se retirase, marchó intrépidamente contra el monstruo, al que mató, después de algunos pases, de una magnífica estocada.
Cuando la bestia hubo rodado a sus pies, Domínguez se retiró a paso lento, porque la herida de su muslo debía comenzar a hacerle sufrir, envolviéndose en su muleta como un emperador romano en su púrpura, con un incomparable aire de majestad, en medio de las aclamaciones y de aplausos frenéticos de los espectadores entusiasmados. Después de semejante emoción, el resto de la corrida tenía que resultar necesariamente anodina: Tambor, Trabuco y Alevoso fueron despachados, con mejor o peor suerte por El Panadero. Se sabe que de aquella cogida, el célebre matador dio la siguiente explicación, en una carta que escribió a Luis Carmena y Millán: Fui cogido dando un pase de pecho en las barreras, y como un pedazo de capa se enganchase en el cuerno derecho del toro, éste, al tener la vista obstruida, no obedeció a la muleta, y fui enganchado por la ingle y herido.
En su Relación, Gautier describe así a Domínguez: “Es un hombre de unos treinta y cinco años, de elevada estatura, apariencia vigorosa; espesas barbas, que arrancan de los extremos de la boca, proporcionan a su rostro una expresión de valor inquebrantable.” La conducta del matador de toros en esta circunstancia estuvo de acuerdo con su retrato. La impresión que dejó fue enorme, como lo atestigua esta nota, aparecida en el Messager del 25 de septiembre:
“Ha sido por inadvertencia por lo que en los carteles de las corridas de toros se ha añadido al nombre del célebre Manuel Domínguez la palabra Desperdicios. Este mote, que quisieran aplicarle algunos envidiosos del talento y el valor de Domínguez, no será nunca adoptado en nuestra villa, que acaba de apreciar con qué impropiedad sería aplicado al más bravo y más brillante espada de España.” De haber vivido entonces el no menos célebre diestro Domingo López Ortega, le hubiera dicho al erudito Gautier: Entienda Ud. que ese apodo es verdaderamente acertado, porque ese diestro no tiene desperdicio alguno, es materia auténticamente pura, humana, viril y artísticamente.
193.3 Capitán:
El (07-03-1915), los toros, llamados Capitán y Enjambrero, de don Félix Gómez, fueron lidiados por primera vez en Madrid por el después matador Enrique Cano (Gavira). Toreó plausiblemente por verónicas al tercero de la tarde, Enjambrero, y lo tumbó con buen estilo; el sexto, Capitán, le cogió y le produjo contusiones en una rodilla y en el pecho.
194.4 Capitán:
El (04-01-1942), los toros: Capitán, Malagueño y Vinagrillo, de la ganadería zacatecana de San Mateo (*), de don Antonio Llaguno González, fueron lidiados respectivamente, por Manuel Gutiérrez (El Espartero), Carlos Arruza y Fermín Espinosa (Armillita), resultado los tres bureles de bandera.
(*) En la página web en formación, titulada “fiestabrava.es”, bajo la dirección de D. Carlos Serrano, y en el apartado: Reportajes: Ganaderías bravas de México y España, ésta será la primera en salir a la red.
195.5 Capitán:
El (09-01-1994), confirmó su alternativa, en la plaza México, el diestro Alfredo Ríos (El Conde), siendo su padrino Manolo Mejías y testigo de la ceremonia Mario del Olmo, con Rociero, de la ganadería mexicana de La Huertas. Esa tarde, Mejías, le cortó una oreja al séptimo, Capitán, de la misma vacada.
196.6 Capitán:
En el tradicional serial taurino de la Feria madrileña de San Isidro de 1979, el toro de nombre Capitán, marcado con el nº 43, de pelaje cárdeno, de la ganadería de don Hernández Plá, obtuvo del premio al mejor toro de dicho serial, por su extraordinario comportamiento en los tres tercios de la lidia. Estuvo entre los 46 toros premiados entre 1950 y 1996. La Feria de San Isidro madrileña, repetimos, no sólo supone el ciclo más largo de corridas y, por tanto, el de mayor número de toros lidiados, acercándose durante los últimos años a los treinta festejos celebrados, sino también, en líneas generales, las de mayores exigencias sobre las condiciones que deben reunir los toros, aunque a veces, el desmedido celo de algunos grupos de aficionados por el tamaño de los toros, peso y armadura, más bien parecen que quisieran resucitar los ancestrales toros pintados en la cueva rupestre de Altamira. Y sin embargo, ya es bien sabido que los toros demasiado grande y pesados, no son siempre aptos para una lidia artística y, como se casan pronto, se dedican a defenderse dando cornadas.