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08 Agosto 2019

Toros en Baleares, historia de una tradición que un día se igualó con Madrid

 

Porque los que pocos saben es que el Coliseo Balear fue una plaza importante de verdad, bajo el paraguas del gran Pedro Balañá, que, como también hiciera en Barcelona, aprovechó a las mil maravillas el "boom" turístico de los 60 y 70 en España para combinarlo con la ferviente afición que había en aquella época y dar así con una fórmula tan exitosa que puso a Palma en la cima del toreo.

 

Y es que hubo un año, 1967, que hubo más corridas en Palma que en Madrid: 33 festejos acogió el Coliseo palmesano frente a los 31 que hubo en Las Ventas ese mismo año, una muestra de la gran pasión por la tauromaquia que había entonces en Baleares, más todavía cuando se anunciaban las primeras figuras de la época.

 

Toreros como Luis Miguel Dominguín, Antonio Ordóñez, El Cordobés, Palomo Linares, Paco Camino, Jaime Ostos, Diego Puerta o El Viti eran habituales en la temporada palmesana, la misma que vivía en aquellos años su época de mayor esplendor.

 

Era tal el éxito de lo taurino que otras localidades baleares se animaron a emprender su propia aventura: municipios como Alcudia, Muro o Inca, que además han programado toros hasta hace bien poquito.

Pero la tradición taurina en la capital balear viene de mucho más atrás, especialmente desde la inauguración de su plaza de toros, obra del arquitecto mallorquín Gaspar Bennazar, y que este año cumple 90 años desde que acogiera su primera corrida, el 21 de julio de 1929, en la que tomaron parte los matadores Nicanor Villalta, Antonio Márquez y Félix Rodríguez, así como el rejoneador Antonio Cañero.

 

Toreros importantes de la considerada la "edad de oro" del toreo, la de José y Juan, o, dicho de otra manera, la de Joselito y Belmonte, Rafael el Gallo, Gitanillo de Triana, Chicuelo, Antonio Márquez, Antonio Posada, el Niño de la Palma, Vicente Barrera, Manuel Mejías Bienvenida, Victoriano de la Serna, Domingo Ortega o Marcial Lalanda, grandes espadas que también torearon en Palma.

 

Sin olvidar a los oriundos en las Islas, como Jaime Pericás o Joaquín Quinito Caldentey, que, además de torero, fue también conocido como periodista, escritor y gran ilustrador.

 

Pero en los años 80 y principios de los 90 Palma experimentó un bajón considerable. La programación taurina perdió fuste, ya fuera porque la evolución social parecía ya apuntar un camino contrario a este tipo de espectáculo o porque los nuevos empresarios no supieron tampoco estar a la altura, con carteles de mucho menos tronío y, por lo tanto, menos atractivos para el público.

 

De ahí que de las 33 corridas reseñadas en 1967 se pasasen a dos o tres, en verano y en horario nocturno, y destinadas únicamente al turista que cada año abarrota las Islas en los meses estivales.

Así las cosas, el Ejecutivo autonómico trató de buscar vías para terminar con los festejos y, después de que el Tribunal Constitucional (TC) revocara la ley catalana que prohibía las corridas en aquella comunidad, optó por inventar una fórmula, denominada "toros a la balear".

 

Lo que proponía concretamente era una especie de "corridas incruentas", es decir, sin sangre, por lo que desaparecían el tercio de varas, el de banderillas y, por supuesto, el de muerte.

 

En 2018 no hubo toros en las islas, aunque en diciembre pasado el TC anuló los artículos de la ley balear que prohibían picar, banderillear y matar a las reses en las corridas y dio la razón a los taurinos, que ahora se felicitan por volver a recuperar una plaza y una afición que un día se igualó e incluso superó a la de Madrid.

 

EFE - Javier López

 




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