Gacetilla Taurina
Gacetilla nº 118 - Los bovinos bravos son animales gregarios
En realidad son gregarios todos los rumiantes silvestres. Es una consecuencia de impuesta por las leyes de la selección natural, que terminó eliminando a los que trataron de vivir en solitario, ya que fueron fácilmente devorados por los predadores. Así, pues, los bovinos de lidia se integran en grupos, tanto las vacas como los toros, destacando entre los citados rumiantes los cérvidos, por ser éstos más vulnerables a los presdadores. Hasta los machos adultos viven en grupos de 3 y 4 todo el año, excepto duran-te la época de celo, integrándose el vencedor en tremendas peleas a un grupo de hembras.
El número de integrantes de un grupo está en razón directa a las condiciones del medio. En el caso del rancho El Coloradito, que ya es familiar a todos, al estar cubierto por una selva de nopales, los animales perciben que viven en un mayor peligro, de ahí que pastan en grupo entre diez y quince animales, e igulamente conviven el mismo número en la áreas ocultas donde descan-san. Se integran en cada grupo una vez que se han mantenido toda una serie de enfren-tamientos en los que se determina el rango que el mismo debe ocupar cada uno, que-dando automáticamente como líder el más fuerte y aguerrido, que no necesariamente tiene que ser el más inteligente de todos. Ninguno puede formar parte gregaria sin haber sido sometido a riñas, a veces muy cruentas, no sin antes aceptar la supremacía del líder previamente establecido, que regirá los destinos de todos, y mientras no de mues-tras de debilidad física o de valor para enfren-tar los peligros, le prestarán incondicio-nalmente entera sumisión.
La duración del mandato de un jefe dependerá de su «calidad de gestión», de su capacidad de respuesta ofensiva hacia otro toro que quiera ocupar su lugar viniendo de otro grupo. Pero no debe caer en actos dictatoriales hacia sus subordinados, como hacen los lideres humanos, pues si los realizan, se van acumulando en la conciencia de sus compañeros, exactamente igual que en la conciencia de quienes sufren las dictaduras entre nosotros, en forma de odio oculto entre los citados subordinados; de tal suerte que, cuando alguno de ellos, en el momento en que se considere capaz de enfrentarse el dictador y dirigir el grupo, observe los menores síntomas de debilidad en el jefe, le atacará, teniendo de inmediato el apoyo de todos los oprimidos, que le secundarán abiertamente.
Pero si por cualquier causa, el que inició la lucha por la jefatura, no calculó bien las cosas y fue vencido por el líder, todos se cambian inmediatamente de camisa y si unos minutos antes apoyaban al novato, se pasan al lado del vencedor, observándose en todos un sentimiento de acatamiento con vergüeza, y el que osó destronar al jefe, debe huir con gran rapidez y a gran distancia, abochornado, porque ahora será obstina-damente perseguido por los «avergon-zados», que buscan cornearlo sin piedad, para así reparar anímicamente al jefe que poco antes había querido matar. En tal persecución no interviene el vencedor, que se queda observando la conducta agresiva de los miembros de su grupo, que muestran su arrepentimiento, castigando cruelmen-temente al insurrecto. En el juego del Poder Político entre los hombres ocurre lo mismo.
Como premio otorgado por la Madre Naturaleza a tantas miles de horas de observaciones, puedo narrar varios ejemplos, pero citaré entre ellos y en primer lugar, el que considero más interesante. En tardes sucesivas comprobé que en un grupo de toros existía uno de tal categoría, de hermosa y armónica plástica corporal, bien criado y desarrollado en todo su conjunto, con unas buenas armaduras..., pues, bien, cómo no sería, que todos los aceptaron con buen agrado. En los tres años que pude seguir su vida, nunca realizó actos dictatoriales con sus congéneres y se embarcó para ser lidiado sin haber mantendio enfrentamiento alguno. En una ocasión, un toro abochornado -Dios nos libre de cruzarnos con uno en campo abierto-, despedido de mala manera de liderear un grupo, se acercó lentamente a él, pero en segundos se dio cuenta del rango y poder que tenía y huyó como alma que se lleva el diablo.
En las hembras todo es diferente. El grupo selecciona con verdadero arte a la que tiene las mejores cualidades; pero si entre los machos es el más fuerte y decidido, entre ellas es la más inteligente y la que tiene los sentidos más desarrollados. El procedi-miento, mediante el cual un grupo de ciervas selecciona a la que debe conducirlas, es verdaderamente insólito. Y es que la Natura-leza ha dotado a las hembras de unos sentidos y una sabiduría instintiva natural que no la tienen los machos y que está muy por encima de esa otra capacidad intelectiva de la que nos gloriamos los hombres, pero que siempre será más pobre que la de las mujeres. Lo malo es que, en contrapartida, ellas son a veces más débiles que Adam y eso las pierde.
Siguiendo el tema central, se respeta y, llegado el caso, se defiende la autonomía del grupo, delimitada por su encalve topográfico y la adscripción a las hembras. Muy rara vez adjura el dogma de la cama-radería. En nuestro largo peregrinar por más de 300 ganaderías, en ambos mundos, interveniendo quirúrgicamente algún que otro astado en 199 de ellas, únicamente obser-vamos un caso de estrecha y hasta afectuosa solidaridad entre dos ejemplares de bovinos, que convivieron sin dar señales de enfren-tamientos durante más de dos años y, en caso de peligro se intercambiaban el mando, según la naturaleza de aquel. Asimismo observamos otro caso de camara-dería perfecta; y es que las leyes de la naturaleza -duras y crueles las más- son contravenidas excepcionalmente por algunos animales que viven pacíficamente en estrecha unión, prestándose mutua colaboración. Este fenómeno se conoce en Zoología por simbiosis, término griego que significa vida unida; pero que en nuestro caso puede ser considerado como único: Sin embargo, deja al descubierto la existencia de caminos, de conductas o comportamientos, hacia la paz, la solidaridad y la convivencia, incluso en los animales, para ejemplo de los hombres.
En estado de absoluta libertad, dentro del régimen extensivo e, incluso, en áreas restringidas, el ganado bravo soporta y lucra al hombre que lo conduce en reducidos hatos de uno a otro cercado del cortijo. Presenta, a veces, clara obediencia a los vaqueros de algunos criadores, quienes, contra lo que habitualmente se cree y a modo de ejercicio fortalecedor de sus extremidades y capa-cidad respiratoria, los arrean y obligan a marchas, carreras cortas y galopadas, matutinas y vespertinas. En este sentido, siempre recordaré a un ganadero, el ilustre amigo y abogado jerezano de la Casa Domecq, don José García Barroso, de Jerez de la Frontera, que logró evitar el grave problema de las caídas de sus toros en los ruedos, situándolos, varios meses antes deser lidiados, en un lugar de su cortijo, de nombre «Picado», ubicado aproximadamente en el kilómetro 62 de la carretera de Jerez a Cortes, próximo al río Algar, en el que los toros, dos veces al día, estaban obligados a subir y bajar una pendiente de hasta el 15 por cien de desnivel, si querían ingerir alimentos y, posteriormente, calmar la sed. Desde entonces las caídas de sus toros no volvieron a presentarse, nos puntualizó el ganadero... y junto a él, estando allí los toros, recorrimos aquél cercado de ejercicios y observamos lo señalado, bajando al río y subiendo la dura pendiente hasta los comederos.
El sistema de hacer caminar a los toros lo vienen practicando la mayoría de las ganaderías, incluyendo la de los Hermanos Miura y los resultados están a la vista, porque de unos años a esta parte ya no se caen tantos toros en la plazas. Y es que el engorde continuado de toros durante varias genera-ciones y, sobre todo, seleccionar hembras para progenitoras que son excelentes para el caballo y la muleta, pero que se caían estrepitosamente a los pocos muletazos, contribuyó a establecer líneas de vacas cuyos teneros se caían de toros en los ruedos