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!Vaya tarde de El Juli y Bautista¡
11 Septiembre 2010Arles (Francia). . Segundo festejo de la Feria del Arroz. Festejo Goyesco. Un toro de Fermín Bohórquez para rejones y de Daniel Ruiz para la lidia de a pie, bien presentados y manejables..
Manuel Manzanares, silencio;
El Juli, oreja, dos orejas y dos orejas y
Juan Bautista, oreja, dos orejas y dos orejas.
Arles (Francia). 2ª de la Feria del Arroz. Casi lleno. Corrida goyesca. La pintora neoyorquina Ena Swansea había diseñado, sobre el ruedo oval del anfiteatro, una instalación de polvos negros y azules, en evocación de la textura y los tonos de pinturas rupestres, con todo lo cual se representaron hasta cien toros sobre un fondo celeste o marino. El alcalde de Arles, con una corte de damas vestidas a la usanza de la tierra, entregó placas conmemorativas a los dos matadores. La joven Ena Swansea fue ovacionada al saludar antes de empezar la corrida.
Un toro despuntado para rejones de Antonio Palla, jugado por delante, grandón y violento, y, en puntas y para lidia ordinaria, seis de Daniel Ruiz. Corrida de parejas y buenas hechuras, de desigual condición pero notable por su fijeza y su general bondad. Tercero y cuarto, los de más calidad, ovacionados en el arrastre.
Manuel Manzanares, silencio. Mano a mano tras la caída forzosa de José María Manzanares.
El Juli, de añil y negro, una oreja, dos orejas y dos orejas.
Juan Bautista, de marfil y negro, una oreja, dos orejas y dos orejas. A hombros los dos
El prólogo fue memorable: la convocatoria en defensa de la tauromaquia reclamó en las escalinatas del venerable anfiteatro de Arles y en sus aledaños la presencia de unas cinco mil almas. A pleno sol. El alcalde comunista de Arles y el presidente –socialista- de la Región Provenza-Alpes-Costa Azul, uno de los tres grandes enclaves franceses del toreo, dirigieron a la multitud parlamentos breves, intensos, clarísimos. Y jaleados y coreados con pasión. Una especie de “¡No pasarán!” dirigido a los “anticorrida”, que es como en Francia se llama genéricamente a los neoanimalistas o abolicionistas.
En un estrado junto a la cancela mayor del anfiteatro, un coro mixto y una banda de música entonaron hasta tres veces las vibrantes notas del “Toreador” de la Carmen de Bizet. La manifestación en el sitio se tuvo por gloriosa. La euforia, inmensa. Era, además, la corrida de gala dentro del calendario de la tradicional Feria del Arroz, que es la fiesta mayor de Arles y de la Camarga. Un día de espléndida luz, caluroso. Casi llena la plaza. La cita era a las cinco de la tarde, pero dentro de las arenas y antes del paseíllo todavía se vivió una segunda manifestación musical de casi media hora. El mismo coro –con una tiple solista- y la orquestina Chicuelo II, que es la banda oficial de la plaza, interpretaron sucesivamente piezas de Agustín Lara y Joaquín Rodrigo, la Salve Rociera –coreada por más de diez mil voces anónimas y transformada en pagano olé, olé, olé… por el toreo- y piezas varias del repertorio de música peñista sanferminera del maestro Turrillas. La fusión, abigarrada pero acorde, resultó un emotivo brindis al sol. Todavía después del paseíllo, el alcalde de Arles y un cortejo de damas tocadas y vestidas al uso arlesiano hicieron los honores a El Juli y a Juan Bautista. Y a la pintora norteamericana Ena Swansea que había convertido el ruedo de Arles como por arte de magia en un friso de pinturas rupestres a modo de alfombra azul y negra. Con sólo un protagonista: el toro. Cien toros de idéntico perfil pero distintos tamaños, geométricamente emparejados. Un alarde de imaginación tan deslumbrante como el día.
Y la corrida, que vivió contagiada de la euforia propia del caso, porque sirvieron los seis toros de Daniel Ruiz, que igual que los cien salidos del numen de Ena Swansea fueron parejos. El Juli se pegó una fiesta más, pero distinta, porque le hizo a cada uno de los tres toros que mató lo que convino hacer y no otra cosa que estuviera de antemano prevista. De manera que las tres faenas enteras –desde la salida por el toril hasta el mismo arrastre- fueron la manera misma de pensar y hacer de El Juli: discurrir, ponerse, estar, colocarse, cambiar de velocidad y manos, gobernar con el pulso que soportó cada uno de los tres toros. Redonda la faena del tercero, que fue uno de los dos mejores del envío; poderosa la del primero, que pegó muchos cabezazos; de “¡Ríndete, fiera!” la del quinto, que quiso lo mínimo pero se acabó rindiendo. Sin puntilla los tres toros, que rodaron como peonzas. Inagotable Julián, aclamado por niños y mayores, tratado en Arles como un dios romano. Y enseguida Juan Bautista, valiente, templado, sereno, centrado, refinado, seguro: ameno con el capote, buen lidiador, suave al torear con pureza por las dos manos, bravo al atacar con la espada. Coprotagonista casi a la par de El Juli de un espectáculo que, a pesar de durar tres horas, se pasó como un sueño sin sentir. Salvo que el menor de los Manzanares, animado a debutar en el templo de los caballistas de la Camarga, se encontró con un toro muy incómodo para hacer las cosas bien del todo. La gente salió toreando. Fue muy bonito de ver y sentir.
COLPISA - Barquerito