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Dos orejas para Alberto Aguilar y una para Urdiales

Dos orejas para Alberto Aguilar y una para Urdiales

10 Septiembre 2010

Arles (Francia). . Un tercio de plaza. Primer festejo de la Feria del Arroz. Toros de La Quinta, desiguales de presentación y juego, el tercero premiado con la vuelta al ruedo.

Rafaelillo, saludos tras aviso y palmas.
Diego Urdiales, saludos tras aviso y oreja tras aviso.
Alberto Aguilar, dos orejas y palmas.
 



Arles. 1ª de la Feria del Arroz. Menos de media plaza. Soleado y templado.
Seis toros de La Quinta (Álvaro Martínez Conradi). Corrida abierta de líneas pero en tipo Santa Coloma los seis, que fueron sin excepción toros encastados. Premiado con la vuelta al ruedo el tercero, Mesonero, que escarbó muchísimo, cobró tres varas y se movió sin parar. Aplaudidos en el arrastre los dos primeros, de buen aire. El cuarto embistió al ralentí pero con calidad; el quinto, remoloneando y con la cara arriba; el sexto no fue metido en el engaño.

Rafaelillo, de violeta y oro, ovación tras un aviso y ovación. Diego Urdiales, que sustituyó a Sergio Aguilar, de burdeos y oro, saludos tras un aviso y oreja tras un aviso.
Alberto Aguilar, de hueso y azabache, dos orejas y aplausos.



No descarada pero muy astifina, la corrida de La Quinta tuvo bellas hechuras y, con sus 520 kilos de promedio, plaza más que suficiente. Para prácticamente todos hubo de salida aplausos y, si no, el ¡uuuff! admirativo tan propio de las plazas francesas. A los seis se les aplaudió en el arrastre pero la vuelta al ruedo para el tercero, decisión más que discutible del palco, se subrayó con algunas protestas. Ese fue el toro más agresivo de la corrida. De agresivo escarbó, pero escarbó muchísimo, como picado por la tarántula. La agresividad fue una rampante manera de atacar sin rendirse. Era el de más finas puntas del envío. A pesar de haber cobrado hasta tres puyazos, sacó en la muleta una entrega que casi ninguno de los demás tuvo. Motor.

No humilló la corrida, pero sí lo hizo este tercero. Y esos dos detalles –descolgar y darse- debieron mover la voluntad del presidente. La corrida tuvo más poder que motor, más resistencia que potencia. Y nobleza. Sólo el segundo estuvo a punto de arrollar en un regate a Diego Urdiales en el saludo de capa, pero fue antes de fijarse. Deslumbrado pasajeramente, el toro no volvió a buscar al torero de Arnedo, pero no se lo puso sencillo. Ni imposible: por la mano derecha Diego dibujó muletazos de espléndida cadencia, enroscados y ligados. Y por la izquierda, el pitón por el que había avisado el toro, también. Sólo que la faena, la mejor de la tarde, pecó por exceso, una media estocada desprendida fue de muerte lenta, sonó un aviso y la gente pareció un punto fría.

Con Diego y con Rafaelillo. No con Alberto Aguilar, cuyas gestas en la vecina Beaucaire con corridas tremendas de Victorino en el curso de los dos últimos años le han convertido en torero favorito del país. Con alguna disidencia: la segunda oreja del tercero toro se entendió como premio excesivo. La faena de gran arrojo, pero más arrojo que asiento, fue de darlo todo, de torero echado adelante, despatarradisimo, listo para prender del hocico al toro o hábil para esgrimir los primeros arreones. El humo por las orejas les salía a toro y torero, y eso prende. Una estocada perdiendo el engaño. El toro partió el estaquillador en dos y se oyó el crac de palo partido porque la acústica de Arles es insuperable. Patente romana de hace dos mil años.

La faena más trabajada y trabada, y, aunque algo morosa y reiterativa, la de más poso, fue la Urdiales al serio quinto de corrida, que no estaba en el tipo clásico de Buendía sino en otra línea más antigua: era un toro cabezón y de cabeza enroscada en el tronco. Muy meritoria la faena por su paso, buena la idea de cambiar terrenos y distancias, excelentes golpes de muñeca para templar hasta en dos tiempos muletazos muy logrados. Mucho toreo a la voz, pero, con la cara alta, el toro necesitaba reclamo romano: la acústica. Y otra vez pasado de metraje el trasteo. Un aviso antes de haber cuadrado siquiera Diego al toro. Una estocada y dos descabellos. Pidieron la oreja los cabales. Justo premio.
Rafaelillo anduvo con soltura y facilidad en los dos turnos, se atuvo a fórmulas clásicas, remató tandas con preciosos pases de pecho, aguantó el son rebrincadito del primero, manejó con autoridad las embestidas del cuarto, respiró con llamativa tranquilidad, como si la prueba fuera para él pan comido y mató de sendas estocadas a capón porque ha cogido esa manera y se ha puesto infalible. Pero, algo al bies, la gente no terminó de arrancarse. Aquí, en Arles, lo llevan viendo dos años en épicas batallas de miuras y el contraste pesaría. Alberto Aguilar anduvo aperreadillo pero listo con el sexto, que le ganó la partida casi entera. Muletazos de mejor comienzo que final, al descubierto Alberto, tapado luego, pies y pasos perdidos hasta llegar a verlo medio claro. Y una estocada como fuera. El torero le llega a la gente. Tiene una electricidad particular.

COLPISA - Barquerito

 



 






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