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El capote de la terna, hace historia en Las Ventas.

El capote de la terna, hace historia en Las Ventas.

02 Junio 2010

Las Ventas (Madrid). Corrida de Beneficencia. Lleno de 'no hay billetes'.Se han lidiado toros de Núñez del Cuvillo, desiguales de presentación y juego.

Morante de la Puebla, pitos tras aviso y ovación con saludos
Cayetano,.palmas y silencio
Daniel Luque, vuelta y silencio



FICHA DEL FESTEJO


Madrid. Corrida de la Beneficencia. Lleno. Bochornoso. La infanta Elena, en el Palco Regio, recibió brindis de los tres espadas.

Seis toros de Núñez del Cuvillo. Corrida astifina y en tipo, de precioso y variado remate. Segundo y quinto fueron de carril. Bravo y ovacionado en el arrastre el tercero, que luchó con nobleza. Mansito un bondadoso sexto. El primero, de menos a más, tuvo movilidad y entrega. El cuarto, pronto, duró menos que ninguno.

Morante de la Puebla, de carmín y oro, leves pitos tras un aviso y saludos desde los medios.
Cayetano, de celeste y oro, división y silencio.
Daniel Luque, de verde manzana y oro, vuelta y silencio.
 

CRÓNICA DEL FESTEJO


Todo lo que hizo Morante la tarde de la Beneficencia fue digno de ver, admirable y singular. Todo menos un horrendo metisaca en los bajos que atravesó por el pulmón al primer toro de Cuvillo. A ese toro, frío y topón en la salida, distraído y descarado a la vez, lo lidió con primor: ocho lances de los que no se jalean pero se paladean. En ellos quedó transparente un principio: el asiento, el grácil aplomo de Morante, que iba a ser la nota mayor de la corrida. La nota y la música. El valor y la gracia.

Con ese toro frío, que arreó en el caballo, trotó suelto después y acabó siendo una especie de gato de siete vidas, caprichosamente mutante y sólo rajado al final, cuando ya llevaba cosidos dos docenas de ricos muletazos; y no sólo con él, el de más rara conducta de los seis de Cuvillo. También con el cuarto, un jabonero que no terminó de entregarse ni llegó a protestar tampoco y que, ahora sí, con una estocada soberbia en el hoyo de las agujas, salió de estampida ya herido de muerte en busca de una puerta. Y rodó pesadamente en la primera que encontró. Morante había salido armado con la espada de acero esta vez. La cara diligencia con que dejó igualado al toro -inesperadamente, pues casi nadie se había percatado del detalle de la espada- fue una más de la colección de piezas magistrales del repertorio de Morante.

Cabe adivinar que cualquiera de los otros cuatro toros de la corrida de Cuvillo, tan rica en detalles, se habría avenido mejor al toreo de compás de Morante. No sólo conjeturas: en juego el tercero, el más bravo de los seis, Morante salió a quitar, se hizo el silencio de rigor y, tras dos capotazos de salirse afuera, Morante dibujó cuatro verónicas sencillamente mayúsculas –tres de ellas, rizando un bucle en el momento de la reunión, y una última clásica de mano baja- y remató el quite con media de dejar al toro parado. Como un hechizo. Era el toro de Daniel Luque y Daniel decidió replicar a Morante por el mismo palo y en la misma dosis: cuatro verónicas, media y una larga. El desafío provocó a la gente, hubo un clamor. Con el clamor roto, Daniel invitó a Morante a salir de nuevo. Morante tocó ahora el palo de la chicuelina antigua. La pura, la del catálogo archivado: el capote abierto y desplegado en toda su anchura, el giro rápido de puntillas, el toque de salida casi brusco para obligar al toro. Estudiadas e improvisadas, sacadas del fondo del sombrero del mago: se puso la gente de pie. Recreado un lance conocido que, en la capa de Morante, pareció un acontecimiento.

En el fragor del nuevo clamor, Luque volvió a atreverse con una contrarréplica. Y otra vez el mismo palo: por chicuelinas. Pero las modernas. Saludado por el vuelo de un sombrero rendido que voló del tendido al ruedo, este duelo en quites se sintió tan acontecimiento como la propia reinvención de Morante. Estaba pendiente el Morante de los recibos y saludo a la verónica, porque es el género en que más ha solido prodigarse, y aunque el cuarto cuvillo, corretón y escarbador, no parecía la partitura adecuada, acabo siendo el toro regalado.


Morante de la Puebla

Con siete verónicas de tomar en corto el viaje, de ir ganando un paso de lance en lance, de amachambrarse Morante con el toro empapado en los vuelos y de rematar como se rematan las obras maestras: con media verónica. Dos golpes de capote flameado para reclamar al toro antes de dejarlo en suerte para el caballo tuvieron el sello de Morante también. Y un quite por delantales arrebujados, traídos con un golpe de muñeca insólito en el género, y abrochado por una fastuosa media envuelta y trazada en la boca de riego. Rumbo puro.

Cayetano se animó a quitar en su turno y en un ambiente tan expectante que podía cortarse el aire. Un gran quite: abierto con un farol de encaje frontal, cumplido con cinco gaoneras templadas, el pecho abombado sobre el lomo del toro y una media recargada de remate, un semicírculo perfecto su órbita. En su primer toro Cayetano firmó un garboso quite por tijerillas –espléndida la tercera- y remató toreando por delante a una mano y andando hacia atrás hasta cambiarse de mano.

Esta frondosa cantidad de toreo de capa, como árboles que no dejaban ver el bosque, tuvo su contrapartida. El toro de los cuatro quites, castigado por una trenza de muletazos por bajo en la apertura, descolgó de noble y no se rindió, pero parecía no querer la faena de tunda a que lo sometió Luque. La primera faena de Morante fue una delicia ensartada de constantes improvisaciones, una tras otra, en un solo terreno: toques, enganches, sueltas y tomas, dibujos, garabatos, versos sueltos y un tratado entero de bien torear. A toro rajado, compuso Morante todavía mejor que cuando lo estuvo ahormando y domando. Los muletazos a dos manos para igualar fueron preciosos. De son parecido los que a dos manos abrieron faena con el cuarto, muy sangrado. Ahora el improvisar e imaginar encontró mejor eco que en el primer turno.

Cayetano, favorecido por dos toros de carril, acompañó a uno y otro con empaque, que es natural en él, pero no llegó a ligar entera y por abajo una tanda completa, de las de vaciarse. Salvo la primera con que, genuflexo o enroscado en trincheras, abrió faena en el quinto, espléndido toro gentil. El sexto, bondadoso y mansito, se encontró a un Luque en estado de arrebato, con parte del público al revés y con todo el pescado vendido.

(COLPISA, Barquerito)
 



 






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