Stalin Pérez

Stalin Pérez

Crítico taurino, abogado y estudiante de periodismo

08 Septiembre 2020

Manolete, la tragedia (II)

El 28 de agosto, jueves día del Patrón San Agustín, torea en la plaza de toros Santa Margarita de Linares junto a Rafael Vega de los Reyes “Gitanillo de Triana” y a Luis Miguel Dominguín, el joven y presuntuoso torero madrileño que venía apretando. Era el primero de los dos festejos taurinos que iban a tener lugar y su nómina para aquel día era de 200 mil pesetas. La corrida de toros de Miura, la que el empresario D. Manuel Balañá en principio había adquirido par lidiar en Murcia y cuyo destino final cambia para dar un mayor prestigio a la feria linarense y también a la terna actuante. En las primeras horas de la noche Manolete parte desde Madrid para Linares conduciendo su impecable Buick azul M-75545 que había comprado en México con el que aquella temporada ya había recorrido 5 mil kilómetros. En el vehículo le acompaña su apoderado, el periodista y amigo Antonio Bellón y su mozo de espadas Guillermo González “Chimo” con quien se relevaba al volante. Sobre las 5 de la mañana llegan al Hotel Cervantes e inmediatamente se retira a descansar en la habitación 42. Por la mañana, mientras desayuna, su apoderado marcha al sorteo. En contra de lo especulado durante años, Islero sí formaba parte del lote que le había tocado en suerte, no sucediendo lo mismo con el otro toro, que de menor trapío, era sustituido por uno de mayor del lote de Gitanillo de Triana. Aquel año el sevillano le abría cartel en la mayoría de las tardes, por lo que los cambios de toros eran frecuentes y aceptados sin inconveniente alguno. Aquel día, en el hotel, se había cruzado con Dominguín “que ganas tengo de terminar, que ganas tengo de que acabe la temporada”, le confesó, a lo que el madrileño le contesto “pero Manolo, pero por Dios, si la temporada está muy cerca”, respondiéndole “ya llegarás a notarlo”. En días previos, a su subalterno Antonio Labrado “Pinturas” le había comentado “Maño, ya estamos en la otra orilla” en referencia a su pronta retirada.

 

       

 

             

Su mozo de espadas le enfunda de un terno rosa pálido y oro, tonos claros como le gustaban a Manolete, y su apoderado como era costumbre le ata los machos. A pie lleva a cabo un paseíllo previo al portón de cuadrillas entre el hotel y la plaza de toros. Eran las 5:30 de la tarde, aunque por error algunos carteles anunciaron el festejo a las 4:45. La plaza se encontraba llena, 10.500 aficionados, muchos llegados desde Córdoba dispuestos a reventarle la tarde y meterse con su familia principalmente por un motivo, llevaba tres temporadas sin dar la cara en Córdoba, el primer año de ausencia estaba anunciado dos tardes y presentaba baja médica por percance en Barcelona. La tarde en ningún aspecto era favorable para él, mientras sus compañeros de cartel cortaban una oreja en sus respectivos toros, aunque la cuadrilla de Dominguín le otorgaban las dos y el rabo, Manolete había sido pitado en su primero.

 

Son las 6:51 de la tarde, suenan clarines y timbales anunciando al quinto de la tarde, Manolete parece enfadado, lo iba a poner todo en ese toro. Salía Islero, un toro negro entrepelado y bragado, marcado con el número 21, de 495 kilos, astigordo y cornicorto. Salió distraído, dos verónicas y media levantaban al público de sus asientos. Recibe tres puyazos de Ramón Atienza, una cruceta se rompió y quedó dentro del toro. La lidia fue para Gabriel González, tenía peligro y se cruzaba por el derecho. Con la tensión en la grada llevó a cabo una faena basada principalmente en naturales, no faltaron los redondos, se adornó tocando el pitón izquierdo al toro para cerrar con las clásicas manoletinas cerca de la puerta de cuadrillas a los sones de su pasodoble, una obra de Pedro Orozco. Antonio Labrador “Pinturas”, que había lidiado su primer toro, le aconseja que entre a matar ligero. Terminada la serie se aparta del toro y se perfila, eran las 7:07, en la suerte contraria sale prendido por el muslo derecho. Suspendido en el aire, con el pintón en su interior, lo gira para caer a sus pies. Una cogida terrorífica de la que emana abundante sangre que inmediatamente es taponada con un pañuelo por su mozo de espadas. Junto a Chimo, en el traslado, también lo porta su primo y subalterno Rafael Saco “Cantimplás”.  El toro va a morir a la puerta de chiqueros por su condición de manso. Por error en la localización de la enfermería, que se encuentra bajo la Presidencia, antes lo pasean por el patio de caballos en interminables segundo. Ya en quirófano le espera el Dr. Fernando Garrido Arboleda y su equipo: tres cirujanos más, una transfusora y un enfermero. Manolete entraba en shock, tenía dos cornadas en el Triángulo de Scarpa del muslo derecho, una de abajo a arriba de 25 cm. y de dentro afuera que llega hasta la cadera, otra hacia debajo de 20 cm. que queda apenas a 5 cm. de la rodilla. Le intervienen de forma inmediata para cortar la hemorragia, a la vez que le practican tres transfusiones sanguíneas, una del matador de toros sevillano Joaquín Hernández “Parrao” y dos de otros tantos policías armadas, uno de ellos el cabo Juan Sánchez, con quien hizo el servicio durante la guerra y se inmortalizaba en una foto aquel día en el patio de cuadrillas. Le habían concedido las dos orejas y el rabo.

 

De la cabeza de Islerojamás se supo, sus pitones se encuentran en el Museo Taberna Lagartijo de Linares, su piel en el Museo Taurino de Córdoba, su madre, Islera, fue sacrificada dos años después personalmente por el ganadero D. Eduardo Miura comido por el remordimiento de la tragedia, su cabeza permanece en el Museo de la Real Maestranza de Sevilla.

 

En una camilla, que aún conserva el hoy palacio, sobre las 11:00 de la noche le trasladan a pie hasta el Hospital de los Marqueses de Linares en un trayecto de algo más de un kilometro durante unos 15 minutos. La herida es revisada, drenada y recibe tres transfusiones más. Su mozo de espadas Chimo, ya había avisado a su madre, quien no informada de la total gravedad viaja a su encuentro, así como a su novia Lupe Sino, que inmediatamente parte hacía Linares. Manolete convalece en cama con una cornada muy grave, pero en ningún caso mortal, pega algunas caladas a un cirgarrillo, le dice a “Cantimplas” que avise a su amigo, se refiere al Doctor Jiménez Guinea, habla de la corrida, pregunta por sus trofeos, la operacióny comenta ¡Que disgusto más grande le voy a dar a mi madre cuando se entere. Esto no me pasa más que a mí por tonto que he sido!.

 

Sobre las 2:45 de la madrugada del día 29 llega Lupe Sino del Balneario de Lanjarón en Granada, se la llevan a una habitación aparte, sin contacto con el torero ante la posibilidad de que éste pida un casamiento “in articulo mortis”, y se le informa de que sólo entrará si el torero pregunta por ella. Manolete nunca supo que su amor estaba allí. A las 3:05 llega de Madrid el cirujano jefe de las Ventas, el Dr. Luis Giménez Guinea con quien le unía gran amistad y en quien confiaba ciegamente. Inmediatamente el doctor, sin consultar con el colega el Dr. Garrido, ordena parar la transfusión que recibe en ese momento y la sustituye por una ampolla de plasma liofilizado mezclado con suero para regenerar la sangre. Se trata de remedio noruego utilizado durante la II Guerra Mundial de dudosa eficacia, donado por aquel gobierno, y utilizado igualmente para socorrer a los múltiples heridos de la explosión de Cádiz apenas unos días antes, también con fatal desenlace.

 

"Don Luis, que no veo, no veo nada"fueron sus últimas palabras. Eran las 5:07 minutos cuando moría el torero y nacía un irrepetible mito de la tauromaquia. Este cambio de tratamiento, lo que pudo ser el causante del fatal desenlace, no se hizo público hasta el año 1997 por parte del hijo del médico de Linares que atendió al torero, Dr. Fernando Garrido, y por su ayudante de quirófano de aquella tarde D. José María Sabio. Álvaro Domecq fue el encargado de amortajarle y colocarle un crucifijo entre sus manos.

En Andújar, Villa del Rio o Montoro la gente paralizaba el cortejo fúnebre para rendirle una última ovación y ¡Vivas! a Manolete. Ya en Córdoba, Dª. Angustias espera “al niño” en el chalet colonial en el número 5 de la Avenida Cervantes, que para ella y sus hermanas había adquirido el torero en el año 42. Allí fue velado, rendido homenaje por miles de paisanos bajo un estandarte de la Virgen de los Dolores, de la que fue gran devoto, e impuesta la Cruz de Beneficencia por el Presidente de la Diputación de Madrid, ingresando a título póstumo en la Orden por su desinteresada participación en todos los festejos entre los años 43 y 47. Sobre las 5:30 de la tarde partía el cortejo fúnebre de su casa a hombros de familiares y amigos, acompañado por cientos de coronas, tenía lugar el funeral en la Iglesia de San Nicolás y atravesaba toda Córdoba hasta el Cementerio de Nuestra Señora de la Salud donde sobre las 9 de la noche recibía cristiana sepultura, aunque provisional, en el panteón propiedad de la familia Sánchez de Puerta con la que mantenía gran amistad.

 

El 15 de octubre del 51, finalizado su mausoleo encargado por la familia al artista valenciano afincado en Córdoba Amadeo Ruiz Olmos, sus restos eran trasladados. Esta joya de monumento representa la figura yacente de Manolete sobre un capote de paseo esculpido en mármol blanco de Carrara y cubierto parcialmente por una sábana con sus manos entrelazadas en el centro. Detrás de él, un gran Crucifijo y debajo la imagen de la Virgen escoltada por dos mujeres enlutadas que representan a la Córdoba antigua y a la moderna, una  sujeta flores y otra laurel para su mito y héroe caído que descansa en paz ante el silencio y el respeto del pueblo. Y junto a él, desde 1980, su señora madre Dª. Angustias Sánchez Martínez, la madre del mito.  

 
Sergio Pérez Aragón
 

Próximo: Manolete, el mito (y III)




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