Juan José Zaldivar Ortega
Juan José Zaldivar OrtegaDr. en Medicina veterinaria y zootecnia |
26 Septiembre 2009
Amigo Paquirri. Recordándote un año mas..
Hoy día 26 de septiembre se cumplirán XXV años aquí en la Tierra, de aquella trágica noche de tu paseíllo hacia la eternidad, dejando en quienes tuvimos el honor de conocerte una huella imborrable, y sigues siendo el ejemplo y espejo, de raza torera y pundonor, para muchos diestros que hoy son figuras. En el paraíso celestial, que debe existir un lugar privilegiado para grandiosos toreros como tú, con seguridad seguirás peleando y luchando por ser el mejor. Y es que toreabas, banderilleabas, matabas, y todo los hacía bien, con grande poder y asombroso desahogo; además, sacabas partida a la mayoría de los toros; gustabas sin reparos a las mujeres; ídolo de los aficionados y ponías de acuerdo a los más puristas...¡qué milagro! En definitiva, un verdadero “bicho” en la plaza, y un “tío” fuera de los ruedos. Todo lo expuesto fue ganado a base de esfuerzos, sacrificios y a tu gran capacidad para de querer ser el mejor en todo. Todos esos atributos te llevaron con toda justicia a ser figura indiscutible del toreo (*), y un toro criminal, de nombre Avispado, del hierro de Sayalero y Bandrés, en la plaza de Pozoblanco (Córdoba), te elevó a mito del toreo.
Tu cornada llegó a mis oídos y la sentí estando en México, concretamente, en el rancho El Coloradito (Zacatecas), de tu colega Joselito Huerta -adiestrando el ganado bravo y cuyos resultados me permitiré la libertad de dedicarte en un próximo libro-, y tu agonía y muerte hicieron fluir lágrimas de dolor en mis ojos y una profunda tristeza en mi corazón, que orgullosamente resplandece cada vez que te recuerdo. Han pasado veintidós años y te pido me ilumines desde Allí cómo contarle, al menos unas anécdotas, a los aficionados, que casi vivimos en paralelo.
Eran, aproximadamente, las diez de la mañana en México, cuando me enteré de tu marcha desde el Hospital Militar de Córdoba y recordé –volví a vivirlo nuevamente-, el día que estuve internado allí, en septiembre de 1953, cuando tenías cinco años de edad. Fui intervenido de urgencia en la palma de la mano derecha, que en dos días había multiplicado varias veces su tamaño, sobre la que el cirujano realizó tres cruentas incisiones, pues la infección galopante hacía temer lo peor, producida al revisar el tracto genital infectado de una yegua, en la Facultad de Veterinaria de Córdoba. La anestesia fue a base de inspirar cloroformo impregnado en algodón. Sólo Dios sabe el por qué salvé mi mano de ser amputada y la razón de que a ti te arrancara la vida. Desde aquél día, ¡y hasta que me toque a mi!, estoy convencido de que siempre nos “adelantan” los mejores, y de que, recordar a personas con tu grandeza humana y tus virtudes toreras, es un alimento al espíritu de los que con inmenso cariño te recordaremos hasta el último aliento.
La Providencia, siempre generosa con unos y cicatera con otros, en proporción claramente a favor a quienes menos los merecemos, como es ejemplo en mi caso, hizo prodigarme vivir situaciones inimaginables, que deseo hacer participar a los aficionados que se asomen a la web laplazarel.net ¿Cómo hubiera podido imaginarlo? El (29-11-1970), nuestro paisano Paquirri confirmó su alternativa en la Plaza México, siendo su padrino Raúl Contreras (Finito) y testigo de la ceremonia Manolo Martínez, con Caporal, de la ganadería zacatecana de Arroyo Hondo, de don José Julián Llaguno. A su segundo, Alfarero, le cortó las orejas. Paquirri, que alcanzó pronto una envidiable veteranía, dentro de la «generación maltratada», como la llamó el erudito crítico taurino Paco Aguado (6 TOROS 6, número 255, del (18-05-1999), «se convirtió en el líder de la generación de la de los años 1970.»
Once años después conocí a don José Julián Llaguno, sobrino del famoso ganadero don Antonio Llaguno González y la ganadería zacatecana de Arroyo Hondo, ubicada en el municipio de Fresnillo, en cuya ciudad minera. Asistí a varias corridas y en una de ellas pude ver torear al también hoy extinto torero Manolo Martínez y después de la corrida saludarle personalmente, gracias a su suegro don Manuel Ibargüengoitia, otro insigne ganadero de sangre vasca en Zacatecas, propietario de la dehesa San Antonio de Triana. El diestro regiomontano –igual que Eloy Cavazos-, al enterarse de que este servidor de ustedes estaba instalando y dirigiendo la ganadería brava de los Hermanos Huerta y Flores, tuvo le gentileza, cuando ya no estaba Francisco entre nosotros, de invitarme a Monterrey.
Durante el almuerzo y en la sobremesa en el espléndido Hotel Anciras, de Monterrey, sólo se habló de Paquirri, de su arrolladora personalidad, de su perfecto conocimiento del carácter de los toros, de su impronta siempre acertada, de su poderío en todos los tercios, de su singular simpatía… “y del inmenso gustazo de torear con él…” que manifestó Martínez. Memorables horas y Manolo caminando hacia “el tope” –origen de su temprana muerte-, se quedaron los invitados realmente impresionados cuando al final les conté la anécdota Paquirri y el toro Palmero, que viví tan intensamente en la Plaza de Toros de Villena (Alicante), siendo testigo Victoriano Valencia.
No dieron al principio crédito, amigo Paquirri, al insólito hecho que protagonizamos los tres, con el toro Palmero, de don Manuel García Fernández-Palacio, como protagonista central. “Si lo que platicases con Curro lo haces conmigo o de doy un empujón o no toreo. Decirle a un matador mexicano que curaste y acariciaste varias veces a un toro con el que poco después nos jugamos la vida es peor que rayarnos la madre”, dijo Manolo. Y la Plaza de Villena fue el escenario histórico de aquella efeméride, que llegó hasta la hermosa e industriosa ciudad de Monterrey (Estado de Nuevo León, México).
Hasta aquella tarde en la Feria de Villena ningún veterinario –este modesto profesional de la misma tierra que Gabiño-, había salido a un ruedo español, por deseos expreso de un torero –Paquirri- a recibir la dos orejas y el rabo de un toro –Palmero-, cumpliéndose así lo que le aseguré al salir de la Capilla de la plaza, poco antes de hacer el paseíllo: “Paquirri: he tenido la oportunidad de salvarle la muerte al toro que lidiarás en segundo lugar. Le he tranquilizado cuatro veces, me he acercado junto a él, curado y acariciado, habiendo comprobado que es noble y bravo en extremo. Al finalizar el último tercio y tras darle la estocada podrás tirar la muleta y llegarle a la cara sin temor.” Llegado ese momento le dije: ¡Ahora, Paquirri! Tiró la muleta, se acercó y le puso las manos entre el nacimiento de las astas. Me miró con aquella sonrisa tan afable y jovial como segura que le caracterizaba, y, seguidamente, Palmero rodó sin puntilla. En portada de ABC de Madrid se publicó fotográficamente el hecho dos días después.
Francisco, con emoción y recordándote he escrito estas mal hilvanadas líneas. Gracias por haberme dejado conocerte.
Juan José Zaldivar Ortega
Dr. en Veterinaria
Tu cornada llegó a mis oídos y la sentí estando en México, concretamente, en el rancho El Coloradito (Zacatecas), de tu colega Joselito Huerta -adiestrando el ganado bravo y cuyos resultados me permitiré la libertad de dedicarte en un próximo libro-, y tu agonía y muerte hicieron fluir lágrimas de dolor en mis ojos y una profunda tristeza en mi corazón, que orgullosamente resplandece cada vez que te recuerdo. Han pasado veintidós años y te pido me ilumines desde Allí cómo contarle, al menos unas anécdotas, a los aficionados, que casi vivimos en paralelo.
Eran, aproximadamente, las diez de la mañana en México, cuando me enteré de tu marcha desde el Hospital Militar de Córdoba y recordé –volví a vivirlo nuevamente-, el día que estuve internado allí, en septiembre de 1953, cuando tenías cinco años de edad. Fui intervenido de urgencia en la palma de la mano derecha, que en dos días había multiplicado varias veces su tamaño, sobre la que el cirujano realizó tres cruentas incisiones, pues la infección galopante hacía temer lo peor, producida al revisar el tracto genital infectado de una yegua, en la Facultad de Veterinaria de Córdoba. La anestesia fue a base de inspirar cloroformo impregnado en algodón. Sólo Dios sabe el por qué salvé mi mano de ser amputada y la razón de que a ti te arrancara la vida. Desde aquél día, ¡y hasta que me toque a mi!, estoy convencido de que siempre nos “adelantan” los mejores, y de que, recordar a personas con tu grandeza humana y tus virtudes toreras, es un alimento al espíritu de los que con inmenso cariño te recordaremos hasta el último aliento.
La Providencia, siempre generosa con unos y cicatera con otros, en proporción claramente a favor a quienes menos los merecemos, como es ejemplo en mi caso, hizo prodigarme vivir situaciones inimaginables, que deseo hacer participar a los aficionados que se asomen a la web laplazarel.net ¿Cómo hubiera podido imaginarlo? El (29-11-1970), nuestro paisano Paquirri confirmó su alternativa en la Plaza México, siendo su padrino Raúl Contreras (Finito) y testigo de la ceremonia Manolo Martínez, con Caporal, de la ganadería zacatecana de Arroyo Hondo, de don José Julián Llaguno. A su segundo, Alfarero, le cortó las orejas. Paquirri, que alcanzó pronto una envidiable veteranía, dentro de la «generación maltratada», como la llamó el erudito crítico taurino Paco Aguado (6 TOROS 6, número 255, del (18-05-1999), «se convirtió en el líder de la generación de la de los años 1970.»
Once años después conocí a don José Julián Llaguno, sobrino del famoso ganadero don Antonio Llaguno González y la ganadería zacatecana de Arroyo Hondo, ubicada en el municipio de Fresnillo, en cuya ciudad minera. Asistí a varias corridas y en una de ellas pude ver torear al también hoy extinto torero Manolo Martínez y después de la corrida saludarle personalmente, gracias a su suegro don Manuel Ibargüengoitia, otro insigne ganadero de sangre vasca en Zacatecas, propietario de la dehesa San Antonio de Triana. El diestro regiomontano –igual que Eloy Cavazos-, al enterarse de que este servidor de ustedes estaba instalando y dirigiendo la ganadería brava de los Hermanos Huerta y Flores, tuvo le gentileza, cuando ya no estaba Francisco entre nosotros, de invitarme a Monterrey.
Durante el almuerzo y en la sobremesa en el espléndido Hotel Anciras, de Monterrey, sólo se habló de Paquirri, de su arrolladora personalidad, de su perfecto conocimiento del carácter de los toros, de su impronta siempre acertada, de su poderío en todos los tercios, de su singular simpatía… “y del inmenso gustazo de torear con él…” que manifestó Martínez. Memorables horas y Manolo caminando hacia “el tope” –origen de su temprana muerte-, se quedaron los invitados realmente impresionados cuando al final les conté la anécdota Paquirri y el toro Palmero, que viví tan intensamente en la Plaza de Toros de Villena (Alicante), siendo testigo Victoriano Valencia.
No dieron al principio crédito, amigo Paquirri, al insólito hecho que protagonizamos los tres, con el toro Palmero, de don Manuel García Fernández-Palacio, como protagonista central. “Si lo que platicases con Curro lo haces conmigo o de doy un empujón o no toreo. Decirle a un matador mexicano que curaste y acariciaste varias veces a un toro con el que poco después nos jugamos la vida es peor que rayarnos la madre”, dijo Manolo. Y la Plaza de Villena fue el escenario histórico de aquella efeméride, que llegó hasta la hermosa e industriosa ciudad de Monterrey (Estado de Nuevo León, México).
Hasta aquella tarde en la Feria de Villena ningún veterinario –este modesto profesional de la misma tierra que Gabiño-, había salido a un ruedo español, por deseos expreso de un torero –Paquirri- a recibir la dos orejas y el rabo de un toro –Palmero-, cumpliéndose así lo que le aseguré al salir de la Capilla de la plaza, poco antes de hacer el paseíllo: “Paquirri: he tenido la oportunidad de salvarle la muerte al toro que lidiarás en segundo lugar. Le he tranquilizado cuatro veces, me he acercado junto a él, curado y acariciado, habiendo comprobado que es noble y bravo en extremo. Al finalizar el último tercio y tras darle la estocada podrás tirar la muleta y llegarle a la cara sin temor.” Llegado ese momento le dije: ¡Ahora, Paquirri! Tiró la muleta, se acercó y le puso las manos entre el nacimiento de las astas. Me miró con aquella sonrisa tan afable y jovial como segura que le caracterizaba, y, seguidamente, Palmero rodó sin puntilla. En portada de ABC de Madrid se publicó fotográficamente el hecho dos días después.
Francisco, con emoción y recordándote he escrito estas mal hilvanadas líneas. Gracias por haberme dejado conocerte.
Juan José Zaldivar Ortega
Dr. en Veterinaria