Gacetilla Taurina
Nº 078 - Un miura ¿almirante?...rodeado de marineros
Por segundo año consecutivo se repitieron las celebraciones de corridas benéficas en la Plaza Real de El Puerto, que tan buena acogida tuvieron entre los aficionados de toda la región andaluza. La primera función del citado año –cuarta de la serie- tuvo lugar el domingo (24-06-1912), con la que se abrió la temporada, aplicó sus beneficios para la Asociación Gaditana de Caridad, siendo la segunda para esta Institución. En esta ocasión se adquirió ganado nada menos que a los Hijos de D. Eduardo I Miura, reses que, como ya saben los lectores, proceden de las ganaderías portuenses de los Hermanos Gallardo, Albareda y Azpillaga Para lidiarlas contrataron a Rafael González (Machaquito), quien, cogido hacia poco tiempo en la Plaza de Toros de Santander, no pudo actuar, quedando al fin formado el cartel por:
*Diego Rodas (Morenito de Algeciras), Corchaíto y Manuel Rodríguez (Manolete I). El padre, claro está, del inolvidable Manolete. La corrida resultó bastante regular. Prueba de ello fue que el primer espada del cartel, que cortó una oreja del primero, tuvo que escuchar dos avisos en el segundo. Corchaíto escuchó palmas y pitos; y Manolete, un silencio respetuoso, pero frío, ,en sus dos enemigos. Al iniciarse el paseíllo, salió a pedir la llave el picador D. Antonio Gutiérrez, que montaba una nerviosa jaca de bella estampa, sobre la que realizó ejercicios de alta escuela.
En esta corrida se produjo otra intervención de un capitalista, y de esta manera seguiríamos sin parar, desde el (31-07-1892) casi hasta nuestros día, contando historias diversas, motivadas por las intervenciones de tantos y tantos capitalistas como en el mundo han sido. Y así en la corrida de beneficencia celebrada en nuestra Plaza Real aquella tarde del (23 o 24-06-1912), al salir el tercero del portón de los sustos, se lanzó a la arena el espontáneo de turno. Muleta en mano, pasó por dos veces al miureño, siendo enganchado y volteado al tercer intento, sin más consecuencia que el susto de rigor.
Cuando trataron los guardias municipales de detenerle, lo que consiguieron al fin tras enconada lucha, algunos espectadores, entre ellos un marinero, se lanzó contra los representantes de la autoridad, con el natural asombro por parte del público en general. Entonces, sintiendo sin duda la llamada del Cuerpo, montones de marinos aparecieron por todas partes, corriendo por el callejón en auxilio de su indignado compañero. Carreras arriba y abajo, saltos inverosímiles por los tendidos, gritos, llamadas, carcajadas, risas, ayes, quejidos… todo parecía que la Armada había invadido la Plaza Real.
Entre tanto, el espontáneo, causante de tan extraña contienda, aprovechaba la ocasión y ponía pies en polvorosa, escabulléndose sólo Dios supo por dónde. La intervención final del Ayudante de Marina, D. Carlos Díez, haciendo todo el uso de su energía y de sus galones, pudo por último hacer volver al orden y a la disciplina a la ola de exaltados marinos, que, ya sometidos al principio de autoridad, desfilaron tras él con la cabeza gacha, por la puerta de arrastre, y rumbo a la prevención.
La algarada, que no resultó festiva, tuvo desagradables consecuencias, pues el sereno Manuel Sánchez Gallardo, que intervino en la contienda, fue ingresado en la enfermería con la fractura del húmero. Igualmente debieron asistir los facultativos de servicio a dos de los batalladores marineros. Varios de los espectadores que se bajaron al callejón y otros que faltaron de palabras a los municipales, así como algunos de los que arrojaron botellas, fueron detenidos por la fuerza pública, contendiente que, al fin y al cabo, y salvo casos de mayor cuantía, lleva siempre las de ganar. Hasta aquí, el insólito espectáculo de aquella invasión armada.