Origen y Enigma

XVIII - La primera casta fundacional "Raso Portillo"

El término de “casta andaluza”, ha dejado de serlo para pasar a ganaderías fundacionales andaluzas, de ahí que pase a relacionar las Primeras Castas Fundacionales de España y así ubicar las Fundacionales de nuestra tierra. Para algunos tratadistas, tal es el caso de don Alberto Vera, como lo cita en su obra “Ganadería brava. Generalidades, citas y comentarios sobre el toro de lidia”, publicada en Madrid hacia el año 1944, asegura que la ganadería brava tuvo sus comienzos a principios del siglo XVII, pero prácticamente y en términos generales no aparece organizada con el exclusivo carácter de tal hasta algún tiempo después”. Después dice que no hay noticias exactas sobre cuáles fueron las primera ganaderías preparadas, seleccionadas, en una palabra industrializadas, con la única finalidad de producir reses que, con relativas garantías, y que para que resultasen aptas para la lidia… tuvieron que pasar más de cien años.

Sin embargo, nos apresuramos a decir que la mayoría de los tratadistas consideran a la ganadería llamada del Raso Portillo, denominada así por pastar sus reses en el término de Pedraja del Portillo, en la provincia de Valladolid, como la más antigua, pues se dice que en los siglos XVI y XVII y aún en el XV se lidiaban toros de dicha vacada, por lo que puede en cierto modo considerarse como la primera ganadería fundacional, pero de mínima trascendencia, que no sea la mera cita histórica, ya que hasta la fecha no ha podido demostrarse, siendo lo más lógico que la referida ganadería fuese, si no en las fechas mencionadas, posteriormente, la más conocida de las de Castilla, que ya es honor suficiente para esa antigua ganadería, y así nos induce a creerlo el privilegio de prioridad que ha disfrutado hasta hoy sobre las demás ganaderías para abrir plaza en funciones reales.

Todo parece indicar que para aquellas primeras corridas reales, como las celebradas en la ciudad de León en el año 815, durante el reinado de Alfonso II el Casto, se tomaron toros de casta castellana criados en dehesas comunitarias tal vez de Valladolid, a las que siguieron los toros criados en la segunda ganadería fundacional, la de don Juan Sánchez Jijón, de Villarubia de los Ojos, cuya reses se lidiaron en Madrid el año 1618, contemporánea de las ganaderías andaluzas de Chacón, Ibarburu, Acuaviva, viuda de Copero, etc. Cada área natural donde se criaban aquellos toros pueden denominarse “canteras locales” en las cuales no hubo otra selección que la de escoger los toros más poderosos y con las cornamentas más aparatosas; en definitiva, los más capaces de brindar un espectáculo de alta emoción al enfrentar aquellas moles vivientes con los aguerridos nobles de a caballo y después con los picadores, ya que la función de los diestro de a pie se limitaba a sortear y matar al toro, de forma que fuese, en el menor espacio de tiempo posible, pues todo era permitido.

Desde los primeros tiempos, los toros silvestres y fieros se daban esporádicamente en determinadas regiones de la Península, especialmente en Navarra, Castilla y Andalucía, donde existían inmensos terrenos adehesados en los que pastaban infinidad de toradas en la más completa independencia. De estos hatos se extraían los animales de mejor estampa y más temperamentales, los más a propósito para dar el conveniente juego, adquiriéndose generalmente, en lugar de corridas enteras, uno o varios toros de cada vacada. Era entonces un hecho normal que los mayorales, en la época más propicia del año, y casi siempre de forma fortuita, podían encerrar algunos toros con vista a ser vendidos. Las capturas de los toros grandes, corralones y con edad, siempre con malicioso sentido, daban lugar a realizar agotadores esfuerzos, y más cuando los empresarios solicitaban hasta 25 ejemplares. Ante la imposibilidad de reunir tantos, debían adquirirlos de varias vacadas, de ahí que en los primeros tiempos resultaba muy difícil expresar la procedencia ni la casta del ganado, y menos aún el nombre asignado a cada res, advirtiéndose solamente al público aficionado que “las reses eran escogidas en las condiciones más favorables para la ejecución de las suertes que con las mismas habían de realizarse.”

Ninguna otra faena campera era entonces más agotadora, difícil y peligrosa que la “saca” o “toma” –palabras empleadas por los tratadistas- de los toros en aquellas “canteras” locales que fueran más fieros e indomables, comisionándose con mayor frecuencia a los carniceros, a falta de mayorales, como personas prácticas y al corriente de los lugares e individuos que poseían esa clase de reses para que los adquiriesen. En ese sentido, existieron célebres vaqueros, como Fernando del Toro, también picador de mediados del siglo XVIII, natural de la villa de Almonte (Huelva), mayoral en el Coto de Doñana, donde desde los más lejanos tiempos se hacían “sacas” y se celebraba el más célebre herradero de Andalucía. Con ser un extraordinario picador, quizá su mérito mayor aún como diestro en las faenas del campo a caballo. «Se ha distinguido -dejó escrito don José Daza- con superioridad como en el rodeo el famoso Fernando del Toro, que este robusto y diestro jayán nunca parece menos hombre que cuando pica en las plazas, y es porque en ellas mira el gran respeto, y parecerlo de juicio.» Según José de la Tixera, fue «muy diestro en matar desde el caballo, con la garrocha, los muy feroces y corpulentos lobos que se crían en el dilatado coto de Doña Ana.» Continuaremos…
 


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